Entre los siglos XI y XII se
desarrolla en varios países de Europa un movimiento de mujeres piadosas, unidas
por la vocación de servicio y sin sujeción masculina laica ni religiosa.
Algunas eran casadas, otras viudas o solteras quienes se negaban al destino
seguro que oscilaba entre el matrimonio o la vida monacal.
“Se encargaron de la defensa de los desamparados y del
cuidado de los enfermos, de los niños, de los ancianos, e incluso de los
enfermos de lepra, lo cual cabe destacar por su estrecha relación con el tema
que estamos dando. En muchos casos también se dedicaban a la enseñanza de niñas
sin recursos, e incluso fueron responsables de numerosas ceremonias litúrgicas.
Además, llevaban una vida dedicada a la oración y al trabajo manual,
mayoritariamente con materiales textiles, gracias a los cuales podían
financiarse. No tenían ningún tipo de apoyo económico, por lo que su acción es
aún más destacada, pues se dedicaban a ello por voluntad propia”. (Alicia
Rodriguez Fernández en: Cátedra Index)
Las beguinas fueron encasilladas en
las construcciones hegemónicas del género femenino, por lo tanto, eran
desprestigiadas por su naturaleza débil, sensible, irracional y fácilmente de
ser seducidas y engañadas. Es decir, ser débiles espiritual y moralmente. Por
otro lado, el hecho de vivir en comunidades, llamados beguinatos, con autonomía
económica y sin supervisión masculina era muy perturbador para muchos hombres.
La falta de reglas escritas, de votos permanentes, clausura y otros propios de
los monasterios de mujeres, provocaba desconfianza en los clérigos y temor a la
inmoralidad y la herejía. Esto último fue el principal objeto de persecución de
estas comunidades por parte de la Inquisición quienes veían peligrosas sus
actividades al considerarlas débiles morales e inferiores intelectualmente.
Fueron ellos los principales detractores a pesar de que hubo frailes como
Jacques Vitry y el franciscano Lamberto de Ratisbona quienes consideraban un
verdadero “arte” la capacidad de expresar realidades espirituales, mejor que los
hombres.
Eran mujeres muy preparadas
intelectualmente que sabían leer y escribir, hablar en latín y uno de sus
mayores logros fue el de escribir en lengua vernácula para que se pudiera
acceder a sus escritos. Enseñaban a las niñas además de cuidar a los leprosos y
enfermos. Incluso crearon hospitales y enfermerías. Hubo beguinas muy
destacadas como escritoras místicas y librepensadoras. Son los casos
respectivos de Hadewych de Amberes (1240) y
Margarita Porete. Ésta última quemada en la hoguera, no tanto por sus escritos,
sino por no retractarse de su libertad de pensamiento.
Pero,
me interesa destacar sus aportes literarios. La mayoría de los escritos de las
beguinas eran de temática mística, no sólo cultivaron el género ensayístico
sino lo que se llamó “poesía cortés espiritual” o
“mística cortés”. Fue un género que tomaba tópicos propios de los trovadores al
que aplicaban un lenguaje teológico para describir su relación con Dios. En el
caso de la poesía de Hadewijch, de temas teológicos, describía los estados de
iluminación interior al que le otorgaba un significado romántico, pasional y
hasta erótico. Ella crea un lenguaje místico-cortés para escribir sobre su
relación personal e íntima con Dios. Sus obras están divididas en visiones,
cartas y poemas, estando las dos últimas dirigidas a sus pupilas.
Los dos mayores obstáculos con los
que se encontraron las beguinas, como escritoras, fueron las de ser laicas y
mujeres. Ellas alegaron el mandato de inspiración divina, avalada por sus
confesores hombres, quienes sorprendidos de la experiencia mística, elevada y
cristiana supieron apoyarlas. Esto rivalizó con el poder eclesiástico y patriarcal,
al considerar la experiencia religiosa como una relación sin intermediarios, en
la que ellas podían expresar con voz propia sin recurrir a la interpretación
eclesiástica de los clérigos.
Victoria
Cirlot y Blanca Garí, ambas investigadoras especializadas en la mística de la
Edad Media desarrollan en las páginas de su libro, La mirada interior. Mística
femenina en la Edad Media (2021), los pormenores religiosos y místicos en
relación con las mujeres. Sostienen que la poesía confesional e intimista se origina,
no sólo en España sino en Europa a través de las beguinas. Afirman que, tras
ser aceptadas como tales en sus roles de mujeres piadosas, solidarias y caritativas,
finalmente fueron obligadas a replegarse dentro de alguna orden para no ser
perseguidas. Sin embargo, posteriormente debieron disolver sus beguinatos,
renunciar a su condición de mujeres libres, o bien ser quemadas en la hoguera
por defender su autonomía. El caso más sonado ha sido el de Margarita Porete,
quemada en la hoguera junto con su obra El espejo de las almas, en el
año 1310.
En
Alemania apareció como cumbre de la mística del amor Matilde de Magdeburgo
(1207-1282) con su obra La luz que fluye de la divinidad. Mal vista por
la jerquía eclesiástica debió buscar refugio en el convento de Helfta. Entre
las beguinas más ilustres están María de Oignies, Lutgarda de Tongeren, Juliana
Lieja y Beatriz de Nazaret, autora de Los siete grados del amor. Se
considera que las beguinas junto con los trovadores y Minnesänger, músicos y
poetas independientes, fueron los fundadores de la lengua literaria flamenca,
francesa y alemana.
Dice
el investigador José Luis Camacho Gaza (2009) en Estudio sobre la poesía
mística (II):
Hacia mediados del siglo XII se dio en Alemania y
los Países Bajos el movimiento místico más importante antes del Siglo de Oro
Español. A este movimiento se le conoce como la Mística Renana. Tuvo dos
facetas, una femenina y otra masculina. La parte femenina se caracteriza por un
elemento afectivo distinto, más acentuado que el masculino. Además, una
sensibilidad concreta, amplitud visionaria y una abundancia de símbolos recorre
esta lírica que tuvo sus mejores exponentes a religiosas de conventos cisterciences.
Matilde de Magdeburgo y Hadewijh de Ambres fueron dos poetisas de altas cuotas
místicas. Pero el lugar de honor le pertenece a Hildegarda Von Bingen
(1098-1179), conocida como “La Sibila del Rin”. Perteneciente a una familia
aristocrática de Baviera, Hildegarda fue dada como oblata (así se llamaba a las
niñas que eran entregadas a los conventos para su educación) al monasterio de
Bingen. Con una inteligencia precoz y gran aptitud para todas las ramas el
conocimiento, Hildegarda escaló todos los cargos conventuales hasta convertirse
en abadesa. Con un estilo enérgico y constante, comenzó una obra titánica que
se distinguió por su carácter multidisciplinar. Teología, Filosofía, Medicina,
Anatomía, Política, Botánica y otros tópicos ocuparon su pensamiento. También
sostuvo correspondencia con los grandes personajes de su tiempo: San Bernardo,
los Papas, el Emperador y muchos prelados de importancia consideraron a
Hildegarda como una valiosa consejera. Su obra poética estuvo enmarcada en la
actividad coral de su monasterio.
Los autores consultados coinciden en que la característica en
común, entre la poesía mística y la confesional, es la experiencia con el
Absoluto por encima de los contenidos doctrinales inspirados en la Santa
Escritura y la vida de santos.
Ante el interrogante de si los hombres leen a mujeres
escritoras, sorprenden todavía algunos prejuicios, sobre todo cuando se trata
de poesía. Pues se las cataloga de muy sentimentales, intimistas y
autorreferenciales. Es aquí cuando me remito a Claudia Masin (2023) al afirmar
que la escritura poética no es la escritura de la víctima sino del
sobreviviente. O como ella misma lo aclara, la escritura permite que la víctima
se construya así misma como sobreviviente, en ese encuentro … deslumbrante
entre lo dañado y lo deseante que se produce cuando escribimos y nos arrancamos
los grilletes con los dientes como un animal salvaje que ha caído en una trampa
y prefiere perder una pata a quedarse atrapado hasta la muerte. (pag 63)
En cuanto a la experiencia atravesada por la palabra, aquel
lugar que no tiene dueño ni género y en el que todos nos encontramos, dice Cati
Castaño, (…) La poesía es un territorio sin escrúpulos ni censura donde
reina cierta libertad y al que no hay que pedir justificaciones. Territorio que
se vuelve tentador ante el impulso de hacer más rica y libre nuestra
experiencia y nuestras expresiones. Territorio que se convierte en lugar
deseado. Y frente al deseo, hay que dejarse ir.” (pag62)
El arrastre subjetivo del poema, que no tiene que ver con el uso de la primera o tercera persona gramatical ni está reñido con su búsqueda de objetividad, es lo que permite que un lector marque su elección por uno u otro autor o texto. Será ese arrastre subjetivo en complicidad con la lectura que produce esa empatía, ese encuentro personal de quien lee y lo recibe como deslumbramiento, como experiencia a ser compartida.
Bibliografía:
- Camacho Gaza, José Luis (2009) En: www.https://circulodepoesia.com/2009/01/estudio-sobre-la-poesia-mistica-ii/
- Castaño, Cati (2015) Abrir la posada. CABA.Vinciguerra.
- Garí Blanca- Cirlot Victoria (2021) La mirada interior. Mística femenina en la Edad Media. España.Editorial Siruela.
- Masis, Claudia (2023) Curar y ser curados. Poesía y reparación.CABA.Las Furias.
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