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lunes, 19 de febrero de 2024

LAS BEGUINAS, INTELECTUALES DE LA EDAD MEDIA. ENTRE LA CARIDAD Y LA POESÍA INTIMISTA CONFESIONAL.

 

Entre los siglos XI y XII se desarrolla en varios países de Europa un movimiento de mujeres piadosas, unidas por la vocación de servicio y sin sujeción masculina laica ni religiosa. Algunas eran casadas, otras viudas o solteras quienes se negaban al destino seguro que oscilaba entre el matrimonio o la vida monacal.

“Se encargaron de la defensa de los desamparados y del cuidado de los enfermos, de los niños, de los ancianos, e incluso de los enfermos de lepra, lo cual cabe destacar por su estrecha relación con el tema que estamos dando. En muchos casos también se dedicaban a la enseñanza de niñas sin recursos, e incluso fueron responsables de numerosas ceremonias litúrgicas. Además, llevaban una vida dedicada a la oración y al trabajo manual, mayoritariamente con materiales textiles, gracias a los cuales podían financiarse. No tenían ningún tipo de apoyo económico, por lo que su acción es aún más destacada, pues se dedicaban a ello por voluntad propia”. (Alicia Rodriguez Fernández en: Cátedra Index)

Las beguinas fueron encasilladas en las construcciones hegemónicas del género femenino, por lo tanto, eran desprestigiadas por su naturaleza débil, sensible, irracional y fácilmente de ser seducidas y engañadas. Es decir, ser débiles espiritual y moralmente. Por otro lado, el hecho de vivir en comunidades, llamados beguinatos, con autonomía económica y sin supervisión masculina era muy perturbador para muchos hombres. La falta de reglas escritas, de votos permanentes, clausura y otros propios de los monasterios de mujeres, provocaba desconfianza en los clérigos y temor a la inmoralidad y la herejía. Esto último fue el principal objeto de persecución de estas comunidades por parte de la Inquisición quienes veían peligrosas sus actividades al considerarlas débiles morales e inferiores intelectualmente. Fueron ellos los principales detractores a pesar de que hubo frailes como Jacques Vitry y el franciscano Lamberto de Ratisbona quienes consideraban un verdadero “arte” la capacidad de expresar realidades espirituales, mejor que los hombres.

Eran mujeres muy preparadas intelectualmente que sabían leer y escribir, hablar en latín y uno de sus mayores logros fue el de escribir en lengua vernácula para que se pudiera acceder a sus escritos. Enseñaban a las niñas además de cuidar a los leprosos y enfermos. Incluso crearon hospitales y enfermerías. Hubo beguinas muy destacadas como escritoras místicas y librepensadoras. Son los casos respectivos de Hadewych de Amberes (1240) y Margarita Porete. Ésta última quemada en la hoguera, no tanto por sus escritos, sino por no retractarse de su libertad de pensamiento.



Pero, me interesa destacar sus aportes literarios. La mayoría de los escritos de las beguinas eran de temática mística, no sólo cultivaron el género ensayístico sino   lo que se llamó “poesía cortés espiritual” o “mística cortés”. Fue un género que tomaba tópicos propios de los trovadores al que aplicaban un lenguaje teológico para describir su relación con Dios. En el caso de la poesía de Hadewijch, de temas teológicos, describía los estados de iluminación interior al que le otorgaba un significado romántico, pasional y hasta erótico. Ella crea un lenguaje místico-cortés para escribir sobre su relación personal e íntima con Dios. Sus obras están divididas en visiones, cartas y poemas, estando las dos últimas dirigidas a sus pupilas.

Los dos mayores obstáculos con los que se encontraron las beguinas, como escritoras, fueron las de ser laicas y mujeres. Ellas alegaron el mandato de inspiración divina, avalada por sus confesores hombres, quienes sorprendidos de la experiencia mística, elevada y cristiana supieron apoyarlas. Esto rivalizó con el poder eclesiástico y patriarcal, al considerar la experiencia religiosa como una relación sin intermediarios, en la que ellas podían expresar con voz propia sin recurrir a la interpretación eclesiástica de los clérigos.


Victoria Cirlot y Blanca Garí, ambas investigadoras especializadas en la mística de la Edad Media desarrollan en las páginas de su libro, La mirada interior. Mística femenina en la Edad Media (2021), los pormenores religiosos y místicos en relación con las mujeres. Sostienen que la poesía confesional e intimista se origina, no sólo en España sino en Europa a través de las beguinas. Afirman que, tras ser aceptadas como tales en sus roles de mujeres piadosas, solidarias y caritativas, finalmente fueron obligadas a replegarse dentro de alguna orden para no ser perseguidas. Sin embargo, posteriormente debieron disolver sus beguinatos, renunciar a su condición de mujeres libres, o bien ser quemadas en la hoguera por defender su autonomía. El caso más sonado ha sido el de Margarita Porete, quemada en la hoguera junto con su obra El espejo de las almas, en el año 1310.

En Alemania apareció como cumbre de la mística del amor Matilde de Magdeburgo (1207-1282) con su obra La luz que fluye de la divinidad. Mal vista por la jerquía eclesiástica debió buscar refugio en el convento de Helfta. Entre las beguinas más ilustres están María de Oignies, Lutgarda de Tongeren, Juliana Lieja y Beatriz de Nazaret, autora de Los siete grados del amor. Se considera que las beguinas junto con los trovadores y Minnesänger, músicos y poetas independientes, fueron los fundadores de la lengua literaria flamenca, francesa y alemana.


Dice el investigador José Luis Camacho Gaza (2009) en Estudio sobre la poesía mística (II):

Hacia mediados del siglo XII se dio en Alemania y los Países Bajos el movimiento místico más importante antes del Siglo de Oro Español. A este movimiento se le conoce como la Mística Renana. Tuvo dos facetas, una femenina y otra masculina. La parte femenina se caracteriza por un elemento afectivo distinto, más acentuado que el masculino. Además, una sensibilidad concreta, amplitud visionaria y una abundancia de símbolos recorre esta lírica que tuvo sus mejores exponentes a religiosas de conventos cisterciences. Matilde de Magdeburgo y Hadewijh de Ambres fueron dos poetisas de altas cuotas místicas. Pero el lugar de honor le pertenece a Hildegarda Von Bingen (1098-1179), conocida como “La Sibila del Rin”. Perteneciente a una familia aristocrática de Baviera, Hildegarda fue dada como oblata (así se llamaba a las niñas que eran entregadas a los conventos para su educación) al monasterio de Bingen. Con una inteligencia precoz y gran aptitud para todas las ramas el conocimiento, Hildegarda escaló todos los cargos conventuales hasta convertirse en abadesa. Con un estilo enérgico y constante, comenzó una obra titánica que se distinguió por su carácter multidisciplinar. Teología, Filosofía, Medicina, Anatomía, Política, Botánica y otros tópicos ocuparon su pensamiento. También sostuvo correspondencia con los grandes personajes de su tiempo: San Bernardo, los Papas, el Emperador y muchos prelados de importancia consideraron a Hildegarda como una valiosa consejera. Su obra poética estuvo enmarcada en la actividad coral de su monasterio.

Los autores consultados coinciden en que la característica en común, entre la poesía mística y la confesional, es la experiencia con el Absoluto por encima de los contenidos doctrinales inspirados en la Santa Escritura y la vida de santos.

Ante el interrogante de si los hombres leen a mujeres escritoras, sorprenden todavía algunos prejuicios, sobre todo cuando se trata de poesía. Pues se las cataloga de muy sentimentales, intimistas y autorreferenciales. Es aquí cuando me remito a Claudia Masin (2023) al afirmar que la escritura poética no es la escritura de la víctima sino del sobreviviente. O como ella misma lo aclara, la escritura permite que la víctima se construya así misma como sobreviviente, en ese encuentro … deslumbrante entre lo dañado y lo deseante que se produce cuando escribimos y nos arrancamos los grilletes con los dientes como un animal salvaje que ha caído en una trampa y prefiere perder una pata a quedarse atrapado hasta la muerte. (pag 63)

En cuanto a la experiencia atravesada por la palabra, aquel lugar que no tiene dueño ni género y en el que todos nos encontramos, dice Cati Castaño, (…) La poesía es un territorio sin escrúpulos ni censura donde reina cierta libertad y al que no hay que pedir justificaciones. Territorio que se vuelve tentador ante el impulso de hacer más rica y libre nuestra experiencia y nuestras expresiones. Territorio que se convierte en lugar deseado. Y frente al deseo, hay que dejarse ir.” (pag62)

El arrastre subjetivo del poema, que no tiene que ver con el uso de la primera o tercera persona gramatical ni está reñido con su búsqueda de objetividad, es lo que permite que un lector marque su elección por uno u otro autor o texto. Será ese arrastre subjetivo en complicidad con la lectura que produce esa empatía, ese encuentro personal de quien lee y lo recibe como deslumbramiento, como experiencia a ser compartida.


Bibliografía:







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